La gente sabía que había dos formas de llegar a la verdad. Una era la ciencia, o lo que los griegos llamaban Logos, la razón, la lógica. Y era esencial que el discurso de la ciencia o la lógica se relacionara con el mundo exterior. El otro era el mythos, lo que los griegos llamaban el mito, que no significaba una historia fantástica, sino que era una narración asociada al ritual y a la práctica ética, pero que nos ayudaba a abordar problemas para los que no había respuestas fáciles, como la mortalidad, la crueldad, el dolor que nos embarga a todos y que forma parte de la condición humana. Y estas dos cosas no se oponían, las necesitábamos a las dos.