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  • Hice una pausa para escuchar el silencio. Mi aliento, cristalizado al pasar por mis mejillas, flotaba en una brisa más suave que un susurro. La veleta apuntaba hacia el Polo Sur. De pronto, las ventosas dejaron de girar suavemente porque el frío mató la brisa. Mi aliento helado colgaba como una nube sobre mi cabeza. El día moría, la noche nacía, pero con gran paz. Aquí estaban los imponderables procesos y fuerzas del cosmos, armoniosos y silenciosos. Armonía, ¡eso era!

    Richard E. Byrd (2003). “Alone: The Classic Polar Adventure”, p.85, Island Press