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  • Hubo momentos en que no podía permitirme sacrificar el florecimiento del momento presente a ningún trabajo, ni de la cabeza ni de las manos. A veces, en una mañana de verano, después de haber tomado mi acostumbrado baño, me sentaba en mi soleado portal desde el amanecer hasta el mediodía, absorto en ensueños, entre pinos, nogales y zumaques, en una soledad y quietud imperturbables, mientras los pájaros cantaban a mi alrededor. Crecí en esas estaciones como el maíz en la noche, y fueron mucho mejores de lo que hubiera sido cualquier trabajo de las manos. No era tiempo restado a mi vida, sino mucho más de lo que solía permitirme.