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Nos incumbe recordar diligentemente que el reino de los cielos fue prometido a los pobres de espíritu, y que las mentes afligidas por la calamidad y el desprecio de la humanidad escuchan alegremente la promesa divina de la felicidad futura; mientras que, por el contrario, los afortunados se contentan con la posesión de este mundo, y los sabios abusan en la duda y disputan su vana superioridad de razón y conocimiento.