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Cuando eres una mujer de cincuenta años, ya nadie se molesta en mirarte, y mucho menos en valorar tu opinión. Es duro para el viejo ego. Pero maldita sea, hace que sea fácil salirse con la suya en muchas cosas.
Cuando eres una mujer de cincuenta años, ya nadie se molesta en mirarte, y mucho menos en valorar tu opinión. Es duro para el viejo ego. Pero maldita sea, hace que sea fácil salirse con la suya en muchas cosas.