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  • Los tranquilizantes no cambian nuestro entorno ni nuestra personalidad. Se limitan a reducir nuestra capacidad de respuesta a los estímulos. Atenúan el filo de la ira, el miedo o la ansiedad con los que reaccionaríamos ante los problemas de la vida. Una vez que la respuesta se ha embotado, el irritante ruido superficial de la vida se ha silenciado o eliminado, la chispa y el brillo también han desaparecido.