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Como otras cosas bellas de este mundo, su fin (el de un astil) es ser bella; y, en proporción a su belleza, recibe permiso para ser inútil de otro modo. No culpamos a las esmeraldas y los rubíes porque no podamos convertirlos en cabezas de martillo.
Como otras cosas bellas de este mundo, su fin (el de un astil) es ser bella; y, en proporción a su belleza, recibe permiso para ser inútil de otro modo. No culpamos a las esmeraldas y los rubíes porque no podamos convertirlos en cabezas de martillo.