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Donde antes se alzaban los pinos firmes, grandes, hermosos, dulces, mi mano tocó tocones crudos y húmedos. A mi alrededor había ramas rotas, como las astas de un ciervo herido. El fragante serrín amontonado se arremolinaba y revoloteaba a mi alrededor. Me invadió un resentimiento irracional por la destrucción despiadada de la belleza que amo.