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La fe en la que me educaron me aseguraba que yo era mejor que los demás; yo estaba salvado, ellos estaban condenados.... Nuestros himnos estaban cargados de arrogancia: autocomplacencia por lo bien que nos llevábamos con el Todopoderoso y la buena opinión que tenía de nosotros, y por el infierno que les esperaba a los demás el día del Juicio Final.