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Las calles de una ciudad moderna son deprimentes. Son tan sin rumbo y tan débiles en sus líneas y sus masas, que la mente y los sentidos siguen su camino trotando como pasajeros de un tren con las persianas bajadas en un vagón abarrotado.
Las calles de una ciudad moderna son deprimentes. Son tan sin rumbo y tan débiles en sus líneas y sus masas, que la mente y los sentidos siguen su camino trotando como pasajeros de un tren con las persianas bajadas en un vagón abarrotado.