Inglaterra es quizá el único gran país cuyos intelectuales se avergüenzan de su propia nacionalidad. En los círculos de izquierdas siempre se piensa que hay algo ligeramente vergonzoso en ser inglés y que es un deber mofarse de todas las instituciones inglesas, desde las carreras de caballos hasta los puddings de sebo. Es un hecho extraño, pero es incuestionablemente cierto que casi cualquier intelectual inglés se sentiría más avergonzado de ponerse en posición de firmes durante Dios salve al Rey que de robar en una caja pobre.