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Nuestros anhelos son añoranzas del cielo; nuestros suspiros son por Dios, como los niños que lloran dormidos lejos de casa, y sollozan en su sueño, sin saber que sollozan por sus padres. Los gemidos inarticulados del alma son los afectos que anhelan el Infinito, sin tener a nadie que les diga qué es lo que les aflige.