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Si en el último siglo el arte concebido como actividad autónoma ha llegado a revestirse de una estatura sin precedentes -lo más parecido a una actividad humana sacramental reconocida por la sociedad secular- es porque una de las tareas que ha asumido el arte es hacer incursiones y tomar posiciones en las fronteras de la conciencia (a menudo muy peligrosas para el artista como persona) e informar de lo que hay allí.