Todo el mundo desea más bien agradar a las mujeres y ese deseo no es del todo, aunque sí en gran medida, una manifestación de vanidad. Pero uno no puede aspirar a agradar a las mujeres más de lo que puede aspirar a tener gusto, o belleza de expresión, o felicidad; porque estas cosas no son objetivos específicos que uno pueda aprender a alcanzar; son descripciones de la adecuación de la propia vida. Tratar de ser feliz es tratar de construir una máquina sin otra especificación que la de que funcione silenciosamente.