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  • Era uno de esos días perfectos del final del verano en Nueva Inglaterra en los que el espíritu del otoño emprende un primer vuelo furtivo, como un espía, a través de la madura campiña y, con fingida compasión por los que se desploman con el calor de agosto, pone su fresco manto de aire vigorizante sobre las hojas, las flores y los hombros humanos.