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La Iglesia no inventa pecados, sino que reconoce la voluntad de Dios y tiene que declararla. Por supuesto, lo grande... es que a la Iglesia, que tiene que declarar la voluntad de Dios en toda su magnitud, en su rigor incondicional, para que el hombre conozca su verdadera medida, se le confiere como un don, al mismo tiempo, la tarea de perdonar.