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Uno de nuestros grandes aliados en la actualidad es la propia Iglesia. No me malinterpreten. No me refiero a la Iglesia tal como la vemos extendida por todo el tiempo y el espacio y enraizada en la eternidad, terrible como un ejército con estandartes. Ese, lo confieso, es un espectáculo que inquieta a nuestros más audaces tentadores. Pero afortunadamente es bastante invisible para estos humanos.