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Las crisis periódicas perpetúan el pasado al revigorizar ciclos que comenzaron hace mucho tiempo. Por el contrario, las crisis (con mayúsculas) son la sentencia de muerte del pasado. Funcionan como laboratorios en los que se incuba el futuro. Nos han dado la agricultura y la revolución industrial, la tecnología y el contrato de trabajo, los gérmenes asesinos y los antibióticos. Cuando se producen, el pasado deja de ser un indicador fiable del futuro y nace un mundo nuevo.