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Las naciones no piensan, sólo sienten. Obtienen sus sentimientos de segunda mano a través de sus temperamentos, no de sus cerebros. Una nación puede ser llevada -por la fuerza de las circunstancias, no por argumentos- a reconciliarse con cualquier clase de gobierno o religión que pueda ser ideada; con el tiempo se adaptará a las condiciones requeridas; más tarde las preferirá y luchará ferozmente por ellas.