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En Nuevo México, siempre se despertaba como un hombre joven; hasta que no se levantaba y empezaba a afeitarse no se daba cuenta de que se estaba haciendo mayor. Su primera conciencia fue la sensación del viento ligero y seco que soplaba a través de las ventanas, con la fragancia del sol caliente, la salvia y el trébol dulce; un viento que hacía que el cuerpo se sintiera ligero y el corazón gritara "Hoy, hoy", como el de un niño.