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ADAMSBERG NO ERA UN HOMBRE QUE SE APUNTARA A LA EMOCIÓN: bordeaba los sentimientos fuertes con cautela, como los vencejos que sólo rozan las ventanas con las alas, sin entrar nunca, porque saben que será difícil salir. A menudo había encontrado pájaros muertos en las casas del pueblo de vuelta a casa, visitantes imprudentes que se habían aventurado a entrar y nunca más encontraron el camino de vuelta al aire libre. Adamsberg consideraba que, en materia de amor, los humanos no eran más sabios que los pájaros.