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  • Cualquier cosa que nos impida recibir una bendición que Dios está dispuesto a concedernos no es humildad, sino la burla de ella. Una humildad genuina sentirá siempre la necesidad de las mayores medidas de gracia, y se perfeccionará justamente en el grado en que esa gracia sea otorgada. El hombre verdaderamente humilde buscará ser colmado con toda la plenitud de Dios, sabiendo que cuando está así colmado no hay el menor lugar para el orgullo o para sí mismo.