Hablar con franqueza y sinceridad sobre el estado de nuestro mundo -decir, por ejemplo, que tanto la Biblia como el Corán contienen montañas de sandeces destructoras de vidas- es antitético con la tolerancia tal y como la conciben actualmente los moderados. Pero ya no podemos permitirnos el lujo de tanta corrección política. Debemos reconocer de una vez el precio que estamos pagando por mantener la iconografía de nuestra ignorancia.