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Los hombres de ninguna parte, este u oeste, viven todavía una vida natural, alrededor de la cual se aferra la vid, y a la que el olmo hace sombra de buena gana. El hombre la profanaría con su tacto, y así la belleza del mundo permanece velada para él. Necesita no sólo espiritualizarse, sino naturalizarse, en el suelo de la tierra.