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Entonces el alma, liberada del vicio, purificada por los estudios de la verdadera filosofía, versada en la vida espiritual y ejercitada en las materias del intelecto, entregada a la contemplación de su propia sustancia, como si despertara del sueño más profundo, abre esos ojos que todos poseen pero que pocos usan, y ve en sí misma un rayo de esa luz que es la verdadera imagen de la belleza angélica que le fue comunicada, y de la cual comunica entonces una débil sombra al cuerpo.